Con José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún se repite una situación bastante común en la arquitectura española posterior a 1950: la falta de proyección internacional de arquitectos de talento, en gran parte debido a la ausencia de teoría. Aparte de ello, un carácter intrínsecamente misterioso y enigmático empapa su obra, profundamente reforzado por la actitud de dichos arquitectos para con la misma. Nunca se pararon a explicarla. Nunca estuvieron interesados en dotarla de un fundamento teórico. Todo ello dificulta extraordinariamente la comprensión de su arquitectura, quedando numerosas preguntas sin respuesta; únicamente abiertas a la interpretación de quien se para a reflexionarlas.
Corrales y Molezún colaboraron juntos desde 1952 en numerosos proyectos. Eran personas muy dispares. José Antonio solía definirse como una “persona más rigurosa”, mientras que Ramón era más cercano al “gaie”, provisto de un toque más ligero, casi romántico. Su dupla podría encarnarse, respectivamente, como los dos lóbulos del cerebro: el hemisferio izquierdo, visual, verbal, lineal, controlado, dominante, cuantitativo, etc. en Corrales; mientras que el derecho, espacial, acústico, holístico, contemplativo, emocional, intuitivo … quizás represente más cumplidamente a Molezún. Una pareja más a la larga historia de la creación: Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y el Dr. Watson, …
Pasada la primera mitad del siglo XX, estos arquitectos tal vez sean nuestras primeras figuras paradas en el tiempo. Herencia del 68: Sáenz de Oiza, de la Sota, Moneo, Higueras, … Y no sólo arquitectos: Oteiza, Chillida, Basterrechea, etc. Una generación artística de enorme influencia. No obstante, cabe mencionar de nuevo el problema coyuntural de España, concretamente de Madrid; un letargo temporal en cuanto a las tendencias del resto del mundo, como si dicha distancia se intentase solventar en un período de tiempo muy comprimido. En la transición de los años 50 a los 60 se produce la muerte de los grandes maestros; desapareciendo Wright, Le Corbusier y Mies van der Rohe. Coincide también, casualmente, con la realización de sus selectas obras, respectivamente: el Guggenheim [1956-59]; la Tourette [1952-60] y Ronchamp [1950-55]; y el Seagram [1954-58] y la Galería de Berlín [1962]. La verdad que, a priori, no se puede imaginar un mejor contexto cultural para el comienzo de la carrera de Corrales y Molezún.
Para comenzar, no se puede dejar de pensar en estos dos arquitectos sin acordarse de dos de sus obras más emblemáticas: el Pabellón de Bruselas, de 1958, y la casa Huarte, de 1964-66. El Pabellón de Bruselas explota las posibilidades de una composición modular, abierta, que se extiende en horizontal. La casa Huarte hace lo mismo con el esquema de casa-patio. Alrededor de estas dos obras, aparecen otras que insisten en la importancia del momento para estos dos arquitectos: el proyecto de Museo de Arte Contemporáneo (Premio Nacional) de Ramón Molezún; los edificios escolares de Herrera de Pisuerga; y la Residencia de Miraflores y la de Selecciones, ambas en Madrid. Todos fueron construidos entre 1955 y 1965.
Es curioso que, sin tener en cuenta la salvedad del edificio Bankunión de Madrid, tal vez su obra más objetual, la pareja de arquitectos gustaba por el desarrollo de proyectos de ciertos tamaños, medianos, nunca demasiado grandes o, mejor dicho, nunca demasiado altos. Una tendencia por el crecimiento horizontal, focalizado en proyectos que así lo requieran, como museos, pabellones o escuelas; mucho más abiertos y extensivos.
Su obra —como comentaba anteriormente— se contextualiza en una España muy focalizada en el arte; y una Europa donde impera la hegemonía del expresionismo. Pero, ¿podemos catalogar a estos arquitectos como seguidores de dicha tendencia? Aunque sería como caminar por el filo de la navaja, no creo que esto fuese así. A pesar de que en esa época surgen numerosas obras englobadas en este movimiento, como la Filarmónica de Scharoun, la TWA de Saarinen, la Ópera de Utzon, la propia Ronchamp, … Corrales y Molezún degustan esos fuertes sabores arquitectónicos desde la distancia.
Eran mucho más cercanos al mundo anglosajón, en esa sucesión apostólica que iría desde el Grupo Tecton, el CIAM y la Carta de Atenas, el Team Ten, Brutalismo, Stirling, … a partir de la figura-puente de Cedric Price, de Archigram… hasta este último grupo, puro delirio, en el cual algunos veían reflejadas los sermones rossianos y los ramalazos de Durand. No había salida. Lo bueno para ellos es que llegó el Pompidou, demostrando que no eran tan grandes los delirios. Posteriormente, Piano y Rogers se encargaron sobradamente de demostrarlo.
Evidentemente, no son fáciles de definir ni encasillar. Quizá podemos encarar su obra desde la crítica, desde la exigencia. Tal vez no haberse desmelenado lo suficiente. Convendría señalar determinadas carencias o prudencias: la de un fuerte sentimiento trágico; lo que Oteiza definía como “íntima concentración trágica y creadora”. Claridad en el trazado de plantas y secciones, hábil manejo de la volumetría que con frecuencia es dramática y contrastada, conciencia y asunción del riesgo al explotar nuevos elementos constructivos, explícita satisfacción en el encuentro del material apropiado, … Lo hacen tan bien, que todo parece —solamente parece— demasiado fácil, sosegado, salpicado solamente por algunos ocasionales sismos…
Podemos catalogar, valientemente, su arquitectura como “optimista”. Una arquitectura que les permite afrontar tanto la más amplia variedad de programas como la más completa diversidad de lugares, olvidando así el concepto de tipo y el influjo del medio. Cabe por tanto, decir que la arquitectura de Corrales y Molezún es transparente en sus intenciones y que en tal transparencia radica en buena medida su atractivo. Identificar en ella los principios que la animaban se convierte en el definitivo argumento que la justifica.